Dios, destino, casualidad o suerte

Puede que algunas cosas que escribo suenen exageradas, pero no lo son. Cuando dije que el peso del universo es más ligero desde que sé de tu existencia, lo decía de verdad, y con mucha razón. Tu compañía me calma el corazón, la incertidumbre, el miedo a todo lo que está por venir. Me hace sentir a gusto, seguro y protegido, como en un espacio restringido donde no hay lugar para lo malo, donde los únicos problemas que hay son los problemas que traemos de fuera y que hablamos para aportarnos ideas, desahogo y maneras para solucionarlos. Y aunque siento que no puede pasar nada malo, no es por idealización, si no porque sé que podemos tratarlo sin hacernos daño, y arreglarlo o tomar la decisión responsable de distanciarnos en caso de ser necesario. De pronto todo es más bonito, los colores brillan fulgurantes como si tratasen de imitar esa sonrisa tan radiante y contagiosa que te sale, tan pícara, tierna y chispeante, como darle un trago a un refresco y sentir la cafeína burbujeante por el cuerpo. Eres como un escalofrío constante, como una idea inexorable del potencial del ser humano, un potencial enormemente inexplicable como el que refleja tu semblante.

¿Sabes qué? No creo en el destino ni similares, soy más de casualidades, de causa y efecto, de sucesos improbables que ocurren incesablemente, como haberte conocido a través de un conocido, uno con el cual nunca había hablado mucho, al cual conocí en un grupo al que entré sin conocer a nadie. Y eso solo para conocerte yo, a saber cuál ha sido la casualidad para ti. Y eso solo para conocernos los dos, porque también es casualidad habernos conocido en este punto del tiempo en el cual se ha creado esta conexión. Quizás en otro momento no habríamos encajado, nuestras ideas tal vez no habrían sido tan similares, ni habríamos tenido aún el tiempo necesario para tener tan trabajada nuestra forma de relacionarnos. Pero ha sucedido así, aquí y ahora, tras un pasado que nos sirve como aval y la experiencia a través de las derrotas, de las horas a solas y en malas compañías aprendiendo lo que no queremos y lo que nos merecemos. Somos responsables de nuestras decisiones, de nuestros errores, conocedores de las dimensiones que supone el ser un ser humano, y eso en parte nos hace ser quien somos, ser más conscientes. Así que Dios, destino, casualidad o suerte, yo le doy las gracias por tener la oportunidad de conocerte.

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