La diferencia entre amar y querer
Considero que confundimos muchos términos, o quizás simplemente sea que para mí son cosas muy diferentes, pero siento que nuestro idioma expresa muy bien la diferencia conceptual entre ellos. Querer, para mí, nace del egoísmo. Es el deseo de tener algo para nosotros, de disfrutarlo nosotros. Amar es algo más libre, ajeno a nosotros, un sentimiento que no surge del ego sino de valorar mucho a alguien (no tiene por qué ser de manera romántica). Puedes amar y querer al mismo tiempo, el problema es que normalmente la gente se centra más en lo segundo y pierden de vista que detrás de a quienes quieren hay una persona, y por tanto tiene sus propios deseos, límites, sueños, necesidades, etc.
Nos enseñan que en torno a las relaciones giran una serie de obligaciones que varían dependiendo de diferentes factores. Además no nos enseñan a trabajar en nuestros problemas, a ser independientes emocionalmente ni a relacionarnos de forma sana. Así que se juntan esas dos cosas y acabamos dependiendo de esas obligaciones para paliar nuestros miedos e inseguridades así como para satisfacer nuestras necesidades mediante concesiones e imposiciones. Damos partes de nosotros mismos no por amor sino por egoísmo, porque esperamos recibir algo a cambio. Reciprocidad, sexo, atención... Y si no lo recibimos tendemos a echarlo en cara, a blandir nuestras buenas acciones como un arma para hacer sentir culpable a la otra persona y que se sienta obligada a darnos lo que queremos. Querer no está mal, vaya, siempre y cuando no impongamos lo que queremos, o dicho de otro modo, siempre y cuando no responsabilicemos a los demás con satisfacer nuestras necesidades y expectativas.
Creo que la monogamia es un ejemplo perfecto para analizar estas dinámicas relacionales. Es habitual que los humanos sintamos miedo a perder los vínculos que más apreciamos. También es habitual en nuestra sociedad desarrollar algún tipo de inseguridad y que nos comparemos con otras personas de manera autodestructiva. Sin embargo en vez de optar por aprender a superar estas cosas y llevarlas bien escogemos el camino fácil: el que hemos visto en nuestro entorno repetido hasta la saciedad y que aparentemente es más cómodo porque no requiere autocrítica, no requiere tomar consciencia de cosas difíciles... Así que en vez de trabajar esos miedos e inseguridades los metemos bajo la cama como un niño al que no le apetece recoger su cuarto. Nos escondemos tras una pantalla de humo llamada monogamia ante la falsa seguridad de que como estamos en ese tipo de relación no puede ocurrir aquello que nos preocupa, y que si pasa está fatal y se lo recriminaríamos a la otra persona. Pero los sentimientos no entienden de imposiciones, van y vienen como el aire, no hay cadena que los ate. Sin embargo están arraigados esos sentimientos de tener una obligación hacia las personas con las que nos relacionamos que al final vemos a muchas personas manteniéndose en relaciones que ya no desean. Quizás porque le tenemos mucho cariño a esa persona y nos ha tratado muy bien y claro, cómo le vamos a hacer eso, si es que DEBERÍAMOS quererle por haber sido tan bueno. Pero da igual lo bueno que sea alguien, da igual si han sido los mejores 5 años de tu vida. Los sentimientos, al igual que nosotros en general, cambian. No es responsabilidad nuestra mantenernos en relaciones sin querer hacerlo. Primero tenemos que cuidar de nosotros mismos, es nuestra mayor responsabilidad. Y sí, quizás le duela a esa persona perder ese vínculo contigo, pero es lo que hay y es algo que deberá gestionar. Al fin y al cabo dos personas no pelean si uno no quiere. Pues apliquémonos el cuento con el resto de cosas.
Creo que todos tendríamos relaciones mucho más sanas si nos parásemos a entendernos día a día y observar la variabilidad que alberga el ser humano. Unos días nos apetece más atención, otros días menos. Unos días hablar con un amigo, otros con una pareja. Una temporada estar solo, otra estar acompañado y otra no sabemos ni lo que queremos. Cómo vamos a pretender crear normas en torno a las relaciones si nuestros deseos, límites y necesidades son tan variables. Lo único que podemos hacer es entendernos día a día y aprender a desenvolvernos en dinámicas flexibles. Sin imposiciones, sin ataduras, sin promesas vacías. Saber comunicar nuestras cosas y tener consideración hacia las cosas de los demás. Es tan simple y a la vez tan complejo que a veces me pregunto cómo es posible que los humanos compliquemos tanto algunas cosas que eran jodidamente fáciles desde un principio.
Nos enseñan que en torno a las relaciones giran una serie de obligaciones que varían dependiendo de diferentes factores. Además no nos enseñan a trabajar en nuestros problemas, a ser independientes emocionalmente ni a relacionarnos de forma sana. Así que se juntan esas dos cosas y acabamos dependiendo de esas obligaciones para paliar nuestros miedos e inseguridades así como para satisfacer nuestras necesidades mediante concesiones e imposiciones. Damos partes de nosotros mismos no por amor sino por egoísmo, porque esperamos recibir algo a cambio. Reciprocidad, sexo, atención... Y si no lo recibimos tendemos a echarlo en cara, a blandir nuestras buenas acciones como un arma para hacer sentir culpable a la otra persona y que se sienta obligada a darnos lo que queremos. Querer no está mal, vaya, siempre y cuando no impongamos lo que queremos, o dicho de otro modo, siempre y cuando no responsabilicemos a los demás con satisfacer nuestras necesidades y expectativas.
Creo que la monogamia es un ejemplo perfecto para analizar estas dinámicas relacionales. Es habitual que los humanos sintamos miedo a perder los vínculos que más apreciamos. También es habitual en nuestra sociedad desarrollar algún tipo de inseguridad y que nos comparemos con otras personas de manera autodestructiva. Sin embargo en vez de optar por aprender a superar estas cosas y llevarlas bien escogemos el camino fácil: el que hemos visto en nuestro entorno repetido hasta la saciedad y que aparentemente es más cómodo porque no requiere autocrítica, no requiere tomar consciencia de cosas difíciles... Así que en vez de trabajar esos miedos e inseguridades los metemos bajo la cama como un niño al que no le apetece recoger su cuarto. Nos escondemos tras una pantalla de humo llamada monogamia ante la falsa seguridad de que como estamos en ese tipo de relación no puede ocurrir aquello que nos preocupa, y que si pasa está fatal y se lo recriminaríamos a la otra persona. Pero los sentimientos no entienden de imposiciones, van y vienen como el aire, no hay cadena que los ate. Sin embargo están arraigados esos sentimientos de tener una obligación hacia las personas con las que nos relacionamos que al final vemos a muchas personas manteniéndose en relaciones que ya no desean. Quizás porque le tenemos mucho cariño a esa persona y nos ha tratado muy bien y claro, cómo le vamos a hacer eso, si es que DEBERÍAMOS quererle por haber sido tan bueno. Pero da igual lo bueno que sea alguien, da igual si han sido los mejores 5 años de tu vida. Los sentimientos, al igual que nosotros en general, cambian. No es responsabilidad nuestra mantenernos en relaciones sin querer hacerlo. Primero tenemos que cuidar de nosotros mismos, es nuestra mayor responsabilidad. Y sí, quizás le duela a esa persona perder ese vínculo contigo, pero es lo que hay y es algo que deberá gestionar. Al fin y al cabo dos personas no pelean si uno no quiere. Pues apliquémonos el cuento con el resto de cosas.
Creo que todos tendríamos relaciones mucho más sanas si nos parásemos a entendernos día a día y observar la variabilidad que alberga el ser humano. Unos días nos apetece más atención, otros días menos. Unos días hablar con un amigo, otros con una pareja. Una temporada estar solo, otra estar acompañado y otra no sabemos ni lo que queremos. Cómo vamos a pretender crear normas en torno a las relaciones si nuestros deseos, límites y necesidades son tan variables. Lo único que podemos hacer es entendernos día a día y aprender a desenvolvernos en dinámicas flexibles. Sin imposiciones, sin ataduras, sin promesas vacías. Saber comunicar nuestras cosas y tener consideración hacia las cosas de los demás. Es tan simple y a la vez tan complejo que a veces me pregunto cómo es posible que los humanos compliquemos tanto algunas cosas que eran jodidamente fáciles desde un principio.
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