Lunático

Sus palabras son suaves caricias, son la sensación de pertenecer a un lugar, son lo más cercano que tengo a un hogar. Sus ojos me miran con la comprensión de alguien que ha sentido cosas parecidas y ha tratado con ello, me mecen como un cariñoso padre mecería a su hijo cuando éste tiene una pesadilla. Su sonrisa ilumina la vida, como el Sol, pero su corazón es la Luna. Nada la ata, ni siquiera el propio cielo, pues todos los meses desaparece algunos días de nuestra vista.

De entrada solo vemos su cara radiante, su energía, su fuerza, pero hay una cara oculta, más oscura, más asustadiza. Al fin y al cabo, ¿quién no alberga sombras en su interior? No es perfecta, ni hace falta que lo sea, pues con que sea ella hay de sobra. A veces tropieza y cuando lo hace mira la piedra y aprende de ella y de sí misma. Con algo de suerte convertirá la próxima piedra en una flor, pero si no, tropezará con más gracia, caerá mejor, se hará menos daño y aprenderá de nuevo. Sí, tal vez le coja miedo a los tropiezos, pero tampoco podemos culparla, todos solemos coger miedo a hacernos daño, ¿no? Y con todo lo bueno y con lo malo, sus motivaciones y sus miedos, ella sigue hacia delante y aun sin proponérselo ilumina lo que toca.

Podría pasarme los próximo 50 años tratando de explicar qué es lo que tiene, pero no puedo, solo sé que hay algo especial en ella. Podría decir que es la forma en la que se toma la vida con ese sentido del humor suyo. Tal vez diría que es su empatía, o quizás esa forma tan sana que tiene para comunicarse. No sé, quizás sean sus increíbles ideas, o esos labios de bruja que cuando se mueven parecen hechizar. Pero no, no es ninguna de esas cosas, y a la vez son todas ellas. Es la mezcla entre lo racional y lo irracional, la realidad y algo que supera a la ficción. Al final estoy seguro de que quienes la puedan llegar a ver como la veo yo estarán de acuerdo en que todo se entiende con dos simples palabras: es ella.


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